Acabo de terminar de leer la novela Adiós a las armas (o A Farewell to Arms) de Ernest Hemingway. Debo confesar que fue una de las lecturas más entretenidas y simples que he leído y que causaron en mí el deseo de seguir paulatinamente la vida de Frederick Henry (personaje principal) durante la Italia y Suiza de la Primera Guerra Mundial. He visto muchos comentarios sobre esta novela por la internet, desde la página más informal hasta aquellos artículos colgados en la web por entidades educativas y académicas, y aunque muchos de tales análisis parten de apreciaciones personales y diferentes, lo más seguro de afirmar es que la obra cumple un cometido autobiográfico. ¡Vaya descubrimiento!, como si todas las obras literarias no hablen en nada del escritor. En esta oportunidad, sin caer en una crítica-literaria, solo quiero expresar las emociones que me suscitó al leer esta novela y, porqué no, dar mi propia opinión con respecto a la misma.
Pero primero lo primero. Ernest Hemingway, autor de esta novela, nació en Oak Park el 21 de julio de 1899. Hijo de padre médico y cazador y de madre que gustaba de música clásica. Tuvo afición al deporte como también a la literatura. Desde pequeño se dedicó a esto último, aunque como aficionado; y cuando estalla la Gran Guerra quiso participar de voluntario en el Cuerpo de Expedición Americano. Por incapacidad física no fue aceptado; sin embargo, sí lo reclutaron en Italia como voluntario de la cruz roja en donde él conducía una ambulancia. Era el año de 1918. Al año siguiente fue herido en las dos piernas por lo que tuvo que ser trasladado al hospital, fue condecorado con la Medalla de Plata por su valentía de ayudar a un soldado italiano que estaba moribundo y fue allí, en una clínica de Milán, en donde entabla un romance con la enfermera Agnes Von Kurowsky. Es este pequeño fragmento de la vida de Hemingway lo que dará forma a la novela que voy a analizar.
La novela transcurre en la Italia y Suiza de la segunda guerra mundial, el protagonista de la novela es Frederick Henry, soldado americano reclutado por el ejército italiano para hacer voluntariado en la Cruz Roja y a cargo de una simple ambulancia. Podría decirse que es un personaje que está en busca de aventuras, pero que al conocer la realidad de la guerra se desanima. Siempre esta escéptico, disconforme, sin saber para dónde va, piensa que la guerra no va a acabar como también piensa que ya acabó. Se dedicaba a tener aventuras amorosas con chicas de cabaret y de todo tipo de casas de juego, pues su mejor amigo Rinaldi (médico distinguido según la obra) era quién alardeaba su distinción por ese tipo de vida. No fue hasta que conoció a la enfermera Catherine Barkley en donde entabla una relación muy seria y esperan un hijo. Esta enfermera, inglesa de nacimiento, es quien cautiva a Frederick a lo largo de la novela y la que lo motivará a luchar contra la muerte cuando estaba a punto de ser fusilado por generales italianos. Cuando Frederick tiene el romance con la enfermera puede decirse que cobra un mayor sentido a su existencia, al menos es lo que aparenta. Su desgano por participar en la guerra, queda compensado por esta nueva aventura que emprende. No se preocupa por formalizar su relación en un comienzo, éste no se escandaliza, ni tampoco se atormenta, son simples enamorados que entablan un romance, digámoslo así, con mucho riesgo. Como consecuencia del romance Catherine queda embarazada. Frederick lo asume como una consecuencia natural. Pues bien enterado del embarazo opta por centrar su vida y tener una relación de casados como cualquier persona normal, antes no le llamaba la atención, ahora sí, ya que conoció lo que se podría llamar amor y emprendió a disponer de los medios para estar con la mujer que amaba con todo el corazón: Catherine.
Vuelve a la guerra y luego de emprender toda una travesía para escapar de la misma, logra sobrevivir, logra encontrar a su amada nuevamente para emprender el sueño que tenían pensado: vivir juntos. Escapan de Italia y se van a Suiza. Toman una vida de marido y mujer y pasan el tiempo esperando la llegada del bebé. Es una vida cómoda, tranquila, algo derrochadora. En realidad a Frederick no le importa tener un hijo, simplemente estaba enamorado de Catherine; ella por otra parte, se lastimaba por generarle una carga a su amado, sabía que le era indiferente al niño por nacer, a pesar de que él siempre le decía que estuviese tranquila, pues le iba a dar una buena educación y alimentación al chico (como todo padre responsable). Llegado la hora del parto, la lleva al hospital, pasan las horas y el niño no nace. Le aplican de emergencia una operación cesárea y fallece el niño y la mujer. Total desolación para Frederick... total desolación para el lector.
Como ya dije, Hemingway participó como voluntario en la Primera Guerra mundial y la relación que hay con el personaje es muy interesante. Su vivencia durante dicha guerra marcó mucho en el autor que lo llevó a escribir tal obra. Y es que Frederich Henry, representa a aquellos soldados que ya no creen en la guerra y la consideran como estúpida. Y es que para todos los soldados que participaron en la Gran Guerra fue una experiencia similar: primero orgullosos de representar a su patria y a los ideales de la nación, junto a ello voluntarios que compartían tales propósitos, para luego caer en un desazón, escepticismo, rabia, amargura, negativismo, desolación, en otras palabras, en un sin sentido a la guerra. La Segunda Guerra mundial habrá sido peor, pero no viene al caso en esta oportunidad.
Leyendo las páginas es notoria la insatisfacción del personaje con respecto a la guerra, podría decir también con respecto a su vida. En medio de una guerra, si no se tiene un sentido de trascendencia, de buscar algo más o de un mínimo de esperanza, es fácil caer en un nihilismo. ¿Pero cómo tener esperanza en medio de una guerra, en medio de ver tantas muertes de amigos, compañeros, familiares, gente inocente? Uno podría decir que es absurdo pensar en esperanza, pero creo que es lo último que se pierde. En el caso de Frederick, a pesar de conocer a su amada Catherine, éste todavía actúa por actuar, simplemente busca hacer las cosas bien y punto.
Este panorama, ambientado durante la Primera Guerra mundial, no tiene mucha diferencia al actual. Las personas de ahora, una gran mayoría, vive por vivir, viven bajo un nihilismo que ya es parte de su vida; otros en cambio no, se esfuerzan por mirar la vida, ven que es difícil, pero se exigen, buscan trascender. ¿Es que acaso ante una tragedia personal todo está perdido? Uno dirá a viva voz: DEPENDE. Pero... ¿depende de qué?, ¿de la magnitud de la tragedia?, ¿de la magnitud de la tristeza?, ¿de no tener a nadie que me aliente a seguir adelante?... ¿qué pasa con aquellos que no tienen un horizonte esperanzador?, ¿qué pasa con aquellos que no creen en la vida, que desconfían de todos e incluso de sí mismo?. Personajes así existen en el mundo y seguirán habiendo. Muchos ya viven conformados a un estilo de vida nihilista (sin saberlo muchas veces), otros, por medio del estudio y la reflexión filosófica, optan por una vida hueca y vacía (según los lineamientos postmodernos). Pero aún así, hay personas en el mundo que buscan respuestas, que tiene dudas y saben que hay algo más. ¿Podrán conocer la respuesta? Evidentemente si. Creo que, ante estos tiempos inciertos y de prosperidad para algunos, la respuesta se encuentra, fundamentalmente, en la religión.